domingo, 22 diciembre, 2024
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Una forma inteligente de sostener la arquitectura, esconder el estacionamiento y lograr intimidad desde la calle

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Ir a notas de Natalia Iscaro

“La dueña de casa quería sentirse en la selva de Brasil”, cuenta Cecilia Grant, paisajista quien junto a su colega, Sabrina Martin, fue encargada del diseño de este espacio verde de 1000 m2. En efecto, la casa está inmersa en la vegetación. Las especies colman de tonalidades de verde y texturas con más o menos brillo, formas de hojas que sorprenden, a cada paso.

Uno de los pedidos a las paisajistas fue esconder el ingreso vehicular con una masa de vegetación. Ines Clusellas/ Revista Jardin

“Otro de los pedidos fue que no hubiera flores ni color”, retoma Grant, algo que se logró desde el ingreso, donde el vehículo se “sumerge” fuera de la vista, gracias a una masa de vegetación exuberante. La casa, situada en un lote en esquina muy expuesto, requirió de un diseño de frente y lateral logrados, y de una búsqueda de espacios interiores que continúen con la estética paisajística.

A la izquierda, macetas de fibra de vidrio negra con Strelitzia nicolai en un lateral hacen de baranda. A su lado, un pasillo vidriado se encuentra con un patio interno luego de entrar a la casa. Ines Clusellas/ Revista Jardin

Amplios pasillos, patios y galerías configuran una arquitectura con mucha información, que el diseño paisajístico logró acompañar sin atenuar las líneas y el diseño. Se buscó que todo el diseño del frente y del lateral fueran vistas principales tanto del interior como desde el jardín. Allí se lucen algunas de las estrelitzias, boinas de vasco, helechos serrucho y philodendron, especies que se usaron para lograr una sensación de plantación añeja.

Un roble preexistente se cuidó y mantuvo durante toda la obra. Ines Clusellas/ Revista Jardin

El terreno contaba con un árbol, un roble, que las paisajistas cuidaron durante toda la obra. Hoy se ubica en la entrada de servicio. En otoño, el árbol aporta un color rojizo que contrasta en las escaleras que se ubicaron para el acceso, y se rodearon con Philodendron misionero, jazmín de leche rastrero y pasto inglés en las alzadas. Además, al roble se le armó un colchón de helechos y boinas de vasco.

Para el jardín de la puerta principal, la arquitecta diseñó un estanque. Ines Clusellas/ Revista Jardin

Para acompañar el efecto de inmersión natural, la arquitecta diseñó un estanque que las paisajistas aprovecharon para nutrir de nenúfares. Strelitzias, alocasias y boinas de vasco acompañan con volumen esta entrada, aportando así la intimidad necesaria. Así lograron que cada una de las caras de esta vivienda en una esquina encuentre un punto de interés, y un gesto que la vuelva única.

De este lado, una pared de hormigón suspendida se acompaña de boinas de vasco y hiedra microfila, que se mantienen intactas todo el año. Ines Clusellas/ Revista Jardin

A su vez, continúa la paisajista Grant, “el pedido especial de la arquitecta fue recalcar y destacar el efecto ‘voladizo’, así que buscamos que las formas curvas de la vegetación equilibre las líneas rectas y sume movimiento”. En este sentido, por ejemplo, una de las fachadas cuenta con una pared de hormigón suspendido, cuyo plano rígido se logró romper con la con la Strelitzia nicolai, que además aporta altura. A su vez, esta especie brinda intimidad al toilette, que quedaba expuesto a la calle.

En el contrafrente, la pauta fue dejar la arquitectura limpia. Aquí, el Ginkgo biloba existente.Ines Clusellas/ Revista Jardin

Para el jardín, las paisajistas definieron un espacio limpio, con lugar para que los más chicos jueguen al fútbol. Se mantuvo el Ginkgo biloba, en tanto este sector, así como la pileta, se ubicaron tres escalones más abajo del nivel de la casa. Desde allí, los voladizos exponen el gris del hormigón y contrastan con el verde, logrando sacar lo mejor de los dos mundos. Infaltable, el fogonero para los atardeceres, entre la frondosidad de la selva.

Prolijo, el fogonero de una casa inmersa en la vegetación tropical. Espacio de reuniones y atardeceres selváticos. Ines Clusellas/ Revista Jardin

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