Adulto (Argentina/2024). Guion y dirección: Mariano González. Fotografía: Manuel Rebella. Edición: Susana Leunda. Elenco: Alfonso González Lesca, Juan Minujín, Camila Peralta, Valeria Lois, Sofía Gala, “Lolo” Crespo, Silvina Acosta. Calificación: No disponible. Distribuidora: Independiente. Duración: 80 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
El hilo conductor que une las tres películas de Mariano González, Los globos (2016), El cuidado de los otros (2019) y esta última, Adulto, recorre esa difusa frontera que separa la prolongada adolescencia de la esquiva adultez. Ese límite en tensión, más allá de la edad cronológica, está situado en la capacidad de los personajes de asumir responsabilidades, tramitar frustraciones, responder por sus actos y las inesperadas consecuencias. A diferencia de las dos películas previas, donde un término de la ecuación involucraba a un niño, en Adulto Antonio (Alfonso González Lesca) es un adolescente de 14 años que vive solo con su padre en una casita de algún barrio de la ciudad de Buenos Aires. Su vida se divide entre sus estudios en el colegio industrial, la compañía de su mejor amigo Lolo (Lolo Crespo), y los cuidados esporádicos de su vecina, Eloísa (Camila Peralta), los días que su padre no está. Que, por cierto, son bastantes.
En ese estado de precario equilibrio nos sitúa el director, con una cámara pegada al personaje, un extraordinario Alfonso González Lesca -hijo del cineasta-, sin afectaciones en la interpretación, capaz de transmitir sus ambiguos sentimientos en las miradas, con la mínima gestualidad, el control de un cuerpo en plena ebullición hormonal. El padre aparece y desaparece, Antonio sabe más de lo que aparenta, y ya en los primeros minutos nosotros también podemos intuir algo oculto. En una de sus apariciones, Raúl (Juan Minujín) trae una moto prestada, la limpia y le ofrece a Antonio salir a dar una vuelta para probarla. Ya en la calle, la repentina presencia de un patrullero lo pone en huida dejando al chico a la deriva. “Me dejaste tirado”, le recrimina Antonio cuando lo reencuentra en la casa, entre risas y juegos, pero con un dejo de inevitable conciencia de lo que se calla.
Poco sabremos de la vida de Raúl, ese padre con aire aventurero que combina el genuino interés y la camaradería, con una temeraria inconsciencia. Pese a ello, nunca es juzgado, ni por Antonio, ni por la propia película, sino que es su realidad material la que se impone cuando ocurre lo inevitable. Es ese el camino elegido por González, el de tallar en sus personajes un aprendizaje duro pero ineludible sobre lo que significa asumir responsabilidades, sin el eufemismo de la madurez o el crecimiento. De hecho, el propio Antonio comete, junto a Lolo, una serie de hurtos en supermercados para solventar una “pyme” de entrega de mercadería que combina la adrenalina del riesgo con la necesidad de la subsistencia. Cada paso de Antonio pone en juego esa integridad que parece buscar en su padre y hallar, casi sin saberlo, en un camino propio.
González ha demostrado entender el sentido de esa cámara cercana, dolorosa, en la exégesis de las emociones de sus personajes. El primer plano de Antonio cuando Eloísa le revela un acto de su padre es certero y cauto a la vez, perfecta radiografía de una respuesta imposible ante lo que escucha. La película consigue, en su concisión y austeridad, explorar un descubrimiento interior, el de la fragilidad de los otros y la fortaleza propia, que es difícil expresar en imágenes. Como en sus dos películas anteriores, los miedos universales -aquí alojados en el comportamiento del otro, sobre el que no tenemos control- siempre asoman con un impacto abrasivo. Sin embargo, no hay subrayados ni golpes bajos, y la película acompaña el andar de Antonio, con la certeza de los golpes que vendrán, los miedos con los que deberá lidiar, las responsabilidades del hacerse adulto.