Muchos de los unicornios empresariales que surgieron en la Argentina, como Ualá, Mercado Libre, Despegar o Globant, entre otros, tuvieron desde la construcción de su propósito una ambición inmensa y global. Una postura tan audaz que a menudo es descartada como completamente desproporcionada por la mayoría. Sin embargo, es precisamente este tipo de ambición estratégica la que impulsa el cambio significativo y la innovación. No se trata de aprovechar lo que existe, sino de extenderse hacia lo que podría existir.
El empresario y escritor Gary Hamel, reconocido por sus ideas innovadoras en gestión empresarial, define este liderazgo como de “Intención estratégica” o “Ambición desmedida”. En esta postura la ambición estratégica es deliberadamente desproporcionada. Se trata de crear visiones que inspiren, energicen y exijan compromiso. Se caracteriza por una ambición que supera los recursos actuales, obsesión organizacional por ganar, enfoque en crear ventajas y no copiarlas y con tener metas específicas y desafiantes. Con esta descripción me viene a la cabeza como ejemplo reciente el anuncio del CEO de YPF, Horacio Marín, del plan “4×4” que se trata de cuadriplicar el valor de la compañía en solo cuatro años.
Un ejemplo de la industria del cine que encarna este tipo de ambición es lo que logró James Cameron, el director visionario de películas como Titanic o Avatar, con Terminator. Cameron tenía una visión ambiciosa para el Terminator original: una máquina tan avanzada tecnológicamente que parecía imposible de lograr. A pesar de un presupuesto modesto de solo US$6 millones, Cameron desafió a su equipo a entregar efectos visuales que fueran mucho más allá de los límites tecnológicos de ese momento. Y aunque sí lograron empujar cada límite posible, la tecnología simplemente no estaba lista. Sin desanimarse, siguió adelante y al crear The Abyss, los avances en efectos especiales le permitieron representar un alienígena acuático similar a un líquido—algo previamente inconcebible. Con lo aprendido llegó el momento de Terminator 2: El Juicio Final, en la que finalmente pudo materializar las imágenes espectaculares que originalmente había imaginado para Terminator. El icónico T-1000 de metal líquido se convirtió en un hito visual, ayudando a impulsar la película al éxito. Durante la producción de Terminator 2, Cameron describió cómo su equipo se extendió mucho más allá de lo que se consideraba posible: “Sabíamos que estábamos forzando los límites porque podíamos sentir esa sensación de desgarro que acompaña ese estiramiento. Sentíamos el estrés de tratar de ir más allá de cosas que habíamos hecho antes”. No se trataba de empujar a la gente más allá de sus posibilidades; sino de fomentar una tensión creativa, presentando desafíos aparentemente imposibles que inspiren al equipo a ir siempre por más.