Compartimos, en el Día Internacional por la Eliminación de la Discriminación Racial, el aporte de Bian Flores estudiante de historia de la UNJu y militante panafricanista, antirracista y socialista.
El 21 de marzo se conmemora el Día Internacional para la Eliminación de la Discriminación Racial. Esta fecha fue proclamada en 1966 por la Asamblea General de las Naciones Unidas, seis años después de la masacre de Sharpeville, en Sudáfrica, en el contexto del apartheid (sistema de segregación racial) que afectó a miles de hermanos sudafricanos.
En Argentina, el racismo sigue siendo un flagelo que afecta no solo a la comunidad afrodescendiente —de la que soy parte y que ha sido históricamente negada e invisibilizada—, sino también a otros grupos sociales considerados “indeseables” dentro del imaginario social racista que reproducen las clases dominantes.
Hace muy poco, Sergio Santana, concejal del PRO en Mar de Ajó, expresó sin ruborizarse: “Este año se llenó de turismo marrón, lamentablemente”. De la mano de influencers libertarios, se ha “popularizado” en redes sociales el uso de la palabra “marrón” para englobar a personas, comportamientos, ideas políticas y prácticas sociales que se consideran reprobables. Las épocas de auge de la ultraderecha se caracterizan, entre otras cosas, por la exacerbación de los discursos racistas, xenófobos y sus peligros.
El racismo estructural ha sido una característica de Argentina desde su época constitutiva. Así lo dejó en claro Alberto Fernández cuando reivindicó el mito de nuestro origen blanco y europeo con su frase: “Los mexicanos salieron de los indios, los brasileños salieron de la selva, pero nosotros los argentinos llegamos de los barcos”. Desde Alberdi hasta Roca, de Alberto a Milei, siempre se ha intentado negar el origen pluriracial y pluricultural de nuestro país.
Este sistema se vale de mentiras racistas para crear chivos expiatorios y segmentar a los trabajadores, reservando para la población negra y marrón —históricamente desposeída y marginada— los peores trabajos: aquellos que requieren menor capacitación y que son peor remunerados.
El racismo justifica la cosificación, explotación e invisibilización de la comunidad negra y marrón en Argentina. En particular, hay un negacionismo de la población negra en nuestro país. También se niega nuestro pasado esclavista, la enorme herencia afro en nuestra cultura y la historia de resistencia de la afrodescendencia.
El racismo nos hizo odiar nuestro cabello, obligándonos a alisarlo; negar la identidad de nuestros ancestros; y, en contra de nosotrxs mismxs, reproducir discursos y prácticas racistas.
El capitalismo y el racismo son grandes aliados. Las personas negras fuimos obligadas a desempeñar trabajos que implican un gran esfuerzo físico, ya que “estamos acostumbradxs a ello”, porque trabajar como negro es una capacidad que, supuestamente, solo tenemos nosotros, como una especie de don genético y no como una imposición social. La explotación de nuestros cuerpos no es un rasgo biológico ni una herencia de nuestros ancestros, sino una condena histórica impuesta por este y otros sistemas de explotación.
Culturalmente, los estereotipos de belleza hegemónicos del capitalismo denostan los rasgos afrodescendientes y los asocian con la suciedad y la delincuencia, cuando no los cosifican o sexualizan. Las mujeres negras y afrodescendientes tenemos una larga historia de explotación sexual al servicio del patriarcado y el capital. A las personas negras se nos considera feas, se nos presiona para aclarar nuestra piel (y de paso financiar la multimillonaria industria cosmética que explota nuestro dolor), reducir el tamaño de nuestros labios y narices, esconder nuestros cuerpos y avergonzarnos de nuestro cabello.
De la misma forma que el capitalismo explota a los trabajadores en beneficio de una minoría social, el racismo crea falsas jerarquías que sitúan a las personas blancas en la cúspide de la pirámide social en detrimento de las personas negras.
Los afrodescendientes llevamos décadas luchando por ser reconocidos frente al mito de la Argentina blanca, combatiendo los sentidos comunes racistas que atraviesan todo el tejido social. Al igual que el feminismo, también reflexionamos sobre el lenguaje y la carga de significado que portan expresiones como “día negro”, “qué quilombo”, “trabajar como negro”, “humor negro”, “se viene negra la cosa”, entre otras. Son frases de uso cotidiano con un origen racista que asocian lo negativo con nuestro color de piel.
Todavía nos queda un duro camino por recorrer a lxs afrodescendientes para liberarnos de las cadenas del racismo y del sistema capitalista que lo perpetúa. La liberación del ser humano no puede prescindir del despojo de toda forma de esclavitud ni de la cosificación de las personas para su explotación.
Hoy es un buen día para invitar a todos a reconocer y valorar el enorme aporte cultural de la afrodescendencia en Argentina. Es cierto que algunos argentinos vinieron de los barcos… solo que algunos vinimos hacinados en las bodegas de los barcos esclavistas.
Y también es un gran día para que todos los afrodescendientes reivindiquemos con orgullo nuestras raíces y a nuestros ancestros, con su herencia de fuerza, honor y lucha.
Bian Flores
Militante antirracista, afrodescendiente y de la Juventud Socialista del MST