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NO LA VEMOS. Por Mattías Meragelman

NO LA VEMOS. Por Mattías Meragelman

julio 07 11:14 2024 Imprimir noticia

El sistema político debe resetearse para tratar de entender las nuevas reglas. El componente etario, los valores que se modifican y el riesgo de caer en el viejismo. Más allá de Milei y su gestión, hay un “parte aguas” cultural que hay que tomar en cuenta. 


Hay un punto en el cual el presidente de la Nación -Javier Milei- tiene el 100% de razón. Es cuando afirma que existen integrantes del sistema político que “no la ven”. Y es cierto, no la vemos.

Entendiendo por sistema político a un micro clima que conformamos los dirigentes políticos, sociales y gremiales, los periodistas, los analistas políticos y aquellos ciudadanos que están habitualmente politizados en sus consumos culturales.

Ese sector de la comunidad es muy difícil de medir cuantitativamente, pero claramente es un entramado con una influencia muy significativa en la construcción del sentido común que reinó en nuestro país en los últimos años. Ese mismo sentido común que crujió cuando llegó a la presidencia del país un candidato que hizo todo lo que el manual de la “buena política” decía que no había que realizar para arribar al sillón de Rivadavia.    

No escribo este texto desde ninguna certeza ni como una postura indubitable. Todo lo contrario. Sin embargo, parto de dos paradigmas que me parecen claves para construir lo que se viene y tratar de conectar con el registro en el cual se mueve una amplia parte de la sociedad hoy.

Lo primero es que no quiero caer en el «viejismo», ese proceso en el que naturalmente entramos con los años y nos lleva a creer que “todo tiempo pasado fue mejor”. Lo decían nuestros viejos de nosotros, lo decimos nosotros de nuestros hijos y parece que inevitablemente lo dirán nuestros nietos de sus padres.

El otro punto es que me niego a descalificar a los votantes de otras ideas, porque no hay posibilidades de construir un modelo democrático desde la negación del otro. No coincido en la decisión de votar a Javier Milei como presidente y hasta me cuesta mucho entender las razones de esa determinación, pero tenemos que trabajar en una batalla cultural que no tiene ninguna chance de tener éxito si partimos de agredir a aquel que elige otra opción dentro del sistema democrático.

Según la Encuesta Permanente de Hogares en la ciudad Capital de La Rioja la mitad de los habitantes tienen menos de 30 años. No vivieron el Gobierno de Raúl Alfonsín, no se emocionan cuando escuchan la canción de Italia 90′ y no saben que la ciudad terminaba en la zona del Arco de entrada hace apenas dos décadas (mucho menos que la mayoría de las casas que fueron construidas en la zona Sur se hicieron con planes financiados desde el Estado). 

Esas características no los hace mejores ni peores, pero si lógicamente tienen otros valores, otras ideas, están influenciados por otro marco conceptual y cultural. No les podemos seguir hablando en los mismos términos a esa comunidad ni tampoco interpretarlos bajo las categorías políticas del siglo pasado.

Pongo algunos ejemplos culturales y políticos sobre esta nueva etapa.

La principal protagonista del programa más visto de la TV hoy fue “Furia”, un personaje que hizo todo lo opuesto a lo que se recomendaba en la década del ’90 para triunfar en la “Casa más famosa del país“. “Furia” no ganó “Gran Hermano”, pero construyó un grupo de seguidores/fandom fanatizados con ella (que la están llevando hasta a enfrentarse con el Canal “Telefé” en donde se emite el programa y aseguran que hubo fraude en su derrota). Furia es una exponente de estas nuevas reglas y le impuso el ritmo y el tono a esta emisión de “Gran Hermano”.

En los principios del 2000’ el presidente Fernando De la Rúa comenzó a perder legitimidad social cuando se instaló en el imaginario colectivo que no estaba conectado con la realidad. Errar la salida del estudio del programa de televisión “Show Match” o confundir el nombre de la esposa del conductor Tinelli fueron lapidarios para su imagen pública. Hoy no tenemos claros cuántos perros tiene el presidente y el mandatario nacional dice que recibe asesoramiento de una de sus mascotas fallecidas.

En la actualidad pareciera que los electorados se asemejan más a públicos que a votantes, hay un componente de conexión con la dirigencia política que deviene más desde el sentimiento que desde los argumentos. Eso deriva en “minorías intensas” que no logran tener por sí mismas mayorías parlamentarias propias.

El kirchnerismo, los libertarios o el mismo macrismo pueden entenderse como expresiones de eso mismo. También lo somos los periodistas y los medios de comunicación, que contamos la realidad con un recorte de los hechos que ratifican los conceptos previos que el público ya tiene antes de encender la pantalla. “La Nación +” o “C5N” son parte de ese fenómeno. 

Hay otro punto que debemos comenzar a debatir: lo “políticamente correcto”.

Nos oponemos a la reforma laboral del Gobierno nacional porque claramente implica pérdidas de derechos a los trabajadores. Sin embargo, más de un 40% de la población laboral argentina no está registrada, no tiene obra social, ni aportes patronales. ¿De qué reforma laboral les estamos hablando? Asumamos esa realidad y dejemos de vestirla de conceptos que no hacen al fondo para tratar de cambiarla en serio, tenemos que discutir la situación de los trabajadores partiendo de una descripción real.

Yendo a lo local también se observan ejemplos de lo mismo. El Gobierno provincial se esmera en decirles “vinculados” a los “precarizados”. Esas más de 10 mil personas que no tienen todos sus derechos laborales y cumplen tareas dentro del Estado son “precarizados”, cambiarles el nombre no les da sus merecidas garantías de trabajo y hasta quizás los hace sentir que los estamos tomando de tontos.

No es sencillo este proceso, ni lineal.

La Asociación de Trabajadores Estatales (ATE) realizó un estudio en donde detectó que el 48% de los trabajadores del Estado nacional votaron a Javier Milei. Un candidato que dijo explícitamente durante la campaña que venía a realizar un ajuste, despedir empleados públicos y que su objetivo era destruir al Estado.

Hay un fenómeno global, que obviamente en Argentina adquiere sus características particulares.

Hace unas semanas el politólogo Andrés Malamud aseguró: “Milei es un exponente nacional de un fenómeno global. A nivel global hay una rebelión de aquellos que están enojados con el establishment, la gente que se siente maltratada por la casta y decide votar contra la casta, aunque sea en contra de sus propios intereses”. Malamud incluyó a Le Pen en Francia, “Vox” en España o Bolsonaro en Brasil como expresiones de ese mismo proceso.

No es lo mismo la derecha europea que la Argentina y tampoco lo son las preocupaciones de sus votantes, pero si es cierto que en este mapa mundial interconectado y globalizado, hay contenidos culturales, sociales y por ende políticos que se repiten en todo el planisferio.  

Estamos en Argentina, predecir el futuro sería un acto de irresponsabilidad.

En la crisis del 2001 la consigna principal era que “se vayan todos” los políticos y ese proceso dio origen a la llegada al poder pocos meses después del kirchnerismo, que tuvo a la recuperación de la centralidad de la política como una de sus banderas.

Lo que está claro es que la sociedad cambió, la forma final que va a tomar esa modificación es hoy todavía una incógnita, quizás porque estamos en medio de un tsunami que no terminó de llegar a la costa y entonces por ahora solamente navegamos en un mar de dudas. El primer paso es asumir dónde estamos ubicados, para luego tratar de estar lo mejor parado posible cuando las olas golpeen finalmente en la costa.

A veces parece que nos olvidamos que hace apenas cuatro años atravesamos la pandemia. El mayor desafío social, colectivo y sanitario que le tocó enfrentar al mundo en su totalidad en las últimas centurias. No podemos haber salido indemnes de ese proceso, como si nada hubiera pasado. Quizás no terminamos de saber cómo nos impactó.

No todo lo anterior estaba mal, no todo lo nuevo está bien, ni viceversa. El dirigente político argentino más importante del siglo pasado decía hace 50 años: “Lo nuevo se gesta en el interior de lo viejo”.

Estamos frente a un proceso político que “parte aguas”, que más allá del fracaso o del éxito de la experiencia libertaria en la “Casa Rosada” nos coloca ante la obligación de dudar, de cambiar o de ratificar algunas cosas.

Es momento de pensarnos. Es momento de resetearnos.  

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