El 10 de junio, la primera entrega de la saga Matrix, escrita, dirigida y producida por las hermanas Wachowsky, cumple 25 años de la fecha de su estreno en Argentina.
Pasó un cuarto de siglo pero siempre recordaremos ese despliegue visual, las icónicas escenas de acción, la personalidad abúlica del Sr. Anderson (Keany Reeves), encendida a partir de su renacimiento como Neo, el magnetismo de Trinity en su clásico negro de charol, la sabiduría de Morfeo –el dios del sueño justiciero que sacude al protagonista con sus lecciones éticas casi presocráticas-. Todo eso y màs ya es inolvidable y dio sentido a la palabra “cinéfilo”.
Sí, desde entonces, una legión de adoradores de Matrix se multiplicó por el mundo y desde luego, en Argentina.
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Matrix (The Matrix, en inglés) fue el comienzo de una saga con tres secuelas más, sin considerar los videojuegos, los comics y los productos que inspiró aunque ninguno de ellos le llegara a los talones, inclusive el propio tríptico de Warner Bros que completó la serie. Esa Matrix del bautismo de fuego sigue siendo hasta hoy la más taquillera de todas y no fue precisamente barata en su época: 464 millones de dólares. Tampoco cara por ser una película de acción con 400 efectos especiales, “déficit” que se compensó con creatividad.
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Según el hilo argumental, tras una guerra mundial, el planeta tal como lo conocíamos ya no existe más, todo es ruina y desolación. Los destructores nos invaden camuflados porque necesitan esclavizar a los humanos para sostener con su energía el circuito eléctrico, telefónico y electrónico que sostiene la ilusión en la que vivimos. Sí, este mundo sensible en el que vivimos nos parece real, pero no lo es en absoluto. Sólo es una simulación de una realidad que ya se extinguió. Así las cosas hay esperanza y hay una profecía.
Es la misión de Morfeo y quienes están del lado de la verdad y el bien, habitantes del centro de la Tierra viajar con su nave Nabucodonosor y dar con El Elegido, el héroe que acabará con la guerra, la dictadura de las máquinas y la sumisión del hombre a un mundo ficticio y ajeno.
¿Un mito reversionado de la célebre caverna de Platón? Puede ser. Sí, es una suerte de neoplatonismo en el que el héroe –que por supuesto comienza siendo un antihéroe adormecido por su adicción a las computadoras, primero se resiste a aceptar que él mismo no es el chico que efectivamente saca la bolsa de la basura todas las noches y que vegeta como empleado de oficina. ¿Hay algo más real que esa realidad gris? ¡Sí! El camino hacia el “conócete a ti mismo” en casa de la pitonisa. Y luego el sacrificio y la redención, cuando el joven da el sí, toma una pastillita y ya no hay vuelta atrás. De la conciencia no se escapa sólo se renace. Y será en una incubadora que rinde homenaje al centro de condicionamiento de Un mundo feliz, de Aldous Huxley.
Para otros, esa distopía del ciberpunk fue una de las primeras que llevó al celuloide a un hacker tecnológico -cuando Trinity se mete en la computadora de Neo para citarlo en un bar y le tira la famosa orden: “sigue al conejo blanco”, gran guiño a Lewis Carroll. Desde luego en ese subgénero de la ciencia ficción tuvo ilustres antecesoras como Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Terminator (James Cameron, 1984) y Total Recall (Paul Verhoeven, 1990), pero Matrix es única en varios sentidos.
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Por el trabajo de cámaras (la bala que nunca llega, mientras la rodea la acción; el Neo de Keanu Reeves luchando contra cientos de clones del agente Smith); por el despertar a la sordidez del mundo (estupenda escena la de la mujer en rojo entre los transeúntes grises); por la ironía de plasmar nuestra adicción a los cables (es la única manera de regresar y salvar el pellejo); porque siempre hay lugar para el amor aun cuando se renuncie al mundo sensible.
Y sobre todo, porque con imágenes frescas Matrix instaló en los centennials la tan compleja teoría de Charles Sanders Peirce con su famoso tríptico de Objeto-Representante-Interpretante, primeridad- segundidad. Nuevo envase para viejos conceptos que, mal que nos pese, siguen siendo actuales, porque vivimos en un mundo semiótico que podría resumirse sencillamente como “nada es lo que parece”.
Así, si aún se perdió esta joyita de la historia del cine de Occidente, nunca es tarde para ponerse al día. Gracias a Morfeo (Laurence Fishburne), Trinity (Carrie-Anne Foss) y el antipático agente Smith (Hugo Wallace Weaving) entenderá qué son los símbolos, el déjà vu, las ilusiones vacuas y porqué, 25 años más tarde, se sigue hablando del precioso mundo que nos rodea como una Matrix.
Keanu Reeves sufrió una hernia de disco durante el rodaje
El rodaje en sí, distó bastante de serlo, es cierto: para empezar, las primeras opciones para el rol protagónico fueron Will Smith, Tom Cruise y Nicolas Cage, pero todos lo rechazaron.
Con tanto entrenamiento en artes marciales, Keanu Reeves sufrió una hernia de disco durante el rodaje (el “menos mente” no funcionaba del todo).
Y por último el sinfín del código verde de la matrix no es sino una receta japonesa de arroz. Ya lo dijimos, nada es lo que parece…
Sus secuelas Matrix Reloaded y Matrix Revolutions se estrenaron ambas en 2003, pero para la cuarta, Matrix Resurrections pasaron 18 años, y se nota: ni nosotros ni sus protagonistas -los de antes- ya no somos los mismos.
De Lilly y Lana Wachowsky (que en tiempos de la escritura cinematográfica, la producción y el rodaje eran hermanos, antes de haberse convertido en mujeres transgénero) sólo puede aplaudirse su valentía y talento.